Crónica de la Gran Final ITU de Triatlón Olímpico 2016

Contamos hoy con la crónica que Jonathan Esteve, apreciado docente y colaborador habitual del IEWG, ha preparado para nosotros sobre lo que aconteció el pasado fin de semana en la final de las Series Mundiales de Triatlón. Jonathan tuvo la suerte de poder asistir en vivo a uno de los momentos más impactantes de los últimos años. Esperamos que les guste su escrito.


El pasado domingo vivimos un momento histórico en el deporte. Hablamos, concretamente, de los instantes finales de la última prueba de las Series Mundiales de Triatlón. Se trata de un circuito de pruebas donde se suman puntos y donde este año se cerraba el telón en la isla de Cozumel (México). Por nuestra residencia cercana a ese paraíso natural, allá estuvimos siguiendo el evento, con la familia y varios niños de escuelas de triatlón de nuestra ciudad.

Como mucho ya saben, básicamente la carrera fue dominada por los hermanos Brownlee, quienes estaban emulando la estrategia que el mes pasado les llevase a ganar oro y plata en los JJOO. Además, a 1km de meta les custodiaba el invitado a aquél pódium de Río, el sudafricano Schoeman. Todo parecía calcado a aquella prueba del mes pasado, incluyendo las dificultades del español Mario Mola por alcanzar a ese trío de cabeza, que desde la primera transición lograba abrir un hueco de unos 20” con él y otros perseguidores, y que llegaría a 1:25 para el momento de iniciar la carrera a pie. Sin embargo, aquí Mola contaba con el margen de su liderazgo en las series, que le permitía ganar el campeonato mundial en diversas combinaciones de resultados. Por ejemplo, siendo tercero en cualquier caso, o siendo quinto siempre que Jonathan Brownlee no ocupara el primer lugar.

A 1 kilómetro de meta, la única diferencia con los JJOO parecía ser el orden de llegada de los dos ingleses. En aquella ocasión ganó Alistair, pero aquí él no tenía ninguna opción de ganar el serial o siquiera terminarlo en el pódium (habida cuenta de los puntos acumulados). Por tanto, parecía clara la estrategia de controlar al sudafricano para luego dejar que Jonathan venciera. Así lo hicieron desde que lideraron un grupo de ciclistas escapados y que se organizaron para abrir el mayor hueco posible. Y tal cual previsto, Jonathan imponía su cierre final y abría hueco en primera posición. Apenas unos 5” de ventaja parecían más que suficientes para el británico cuando restaban unos 350 metros y se remojaba una vez más la cabeza con el agua de los avituallamientos. El público y los speakers anunciaban ya la llegada a meta y todos daban por hecho que el campeonato del mundo sería para él. El triatleta hasta entonces dos veces subcampeón mundial, y que ya había perdido una corona en la última prueba, parecía firme en lograr la victoria del evento y también del serial, pues ya no había posibilidad de que Mario Mola fuera a alcanzar al trío de cabeza, pese a haberles recortado casi un minuto durante la carrera a pie. La tribuna se ponía en pie y varios corríamos hacia las vallas para contemplar la recta final.

Fue entonces cuando ocurrió lo inesperado, un final inverosímil incluso para el género cinematográfico o literario. Encarando el último giro hacia meta, Jonathan empieza a correr de manera cada vez más descompuesto. Para un triatleta que estaba interpretando una gloriosa sinfonía de perfección estratégica, sus primeros movimientos disonantes parecían ser por causa de calambres. Pero no fue así. Dirigió una mirada hacía atrás con una expresión de confusión y la siguiente manifestación de fatiga fue demoledora. Se detiene a caminar, y mientras agarra otra botella de agua se abraza por un instante a un auxiliar del staff técnico con la mirada totalmente perdida. Inmediatamente es alcanzado por su hermano Alistair mientras el sudafricano se da cuenta de la situación y encara la recta de meta con decisión. Alistair no duda un segundo, y cargando el brazo de Jonathan con una mano y abrazando su tronco con el otro, inician una carrera hacia meta con el pánico de que pueden acercarse los demás competidores y desbaratar todo el plan.

Cuentan que Mario Mola, que luchaba por el quinto puesto con otros 6 participantes, es informado inmediatamente y saca su último esfuerzo por lograr ese puesto. Las imágenes de Alistair jalando a su desfallecido hermano y empujándolo literalmente para que cruce la meta son ya historia. Pero también las imágenes muestran otro momento del drama, donde otro sudafricano (Richard Murray, uno de los mejores en carrera a pie junto al español Mola), llegando a meta decide frenarse y contemplar el sprint final del español.

Con expresión jocosa, esperando a cruzar la meta para hacerlo junto a Mola, que es su compañero de entrenamiento. El español logra situarse quinto por escasos 4 segundos, y ambos saltan sobre la línea de meta como si se tratara de la celebración de un gol. Un gol de tiempo extra que le da el Campeonato Mundial.

Todo esto, que afortunadamente pudimos contemplar en primera fila (ver foto), nos da para una buena cantidad de reflexiones que trataré de ordenar. En primer lugar viene a mi mente la clásica asunción de que “los deportes individuales fomentan el individualismo”. Creencia que para mí siempre ha carecido de fundamento de facto, pues bien sabemos qué se siente cuando eres eterno reserva o siquiera eres convocado a jugar, cuando traen compañeros mejores que tú al equipo, etc. Y sin embargo, de todo lo que hablamos hoy es de una amalgama de situaciones estratégicas en las que el compañerismo se demuestra incluso cuando hay mucho en juego.

Esto nos lleva además a otra reflexión: los deportistas de elite son capaces de mantener la concentración y tomar decisiones en cuestión de décimas de segundo incluso en aquellos deportes o situaciones en los que parece todo decidido. Y tomarlas adecuadamente. Habrá quien cuestione la ayuda de Alistair o la actitud de Murray. No seré yo, desde luego. En mi opinión fueron reacciones formidables y acciones impecables y de total respeto a la competición, al tiempo que inspiradoras para todos. Considero además poco procedente cualquier reclamación al respecto. Hay diferencias de reglamento en triatlón entre corta y larga distancia, básicamente en su esencia para permitir colaborar o no entre participantes, aunque esta situación particular no esté contemplada.

Pero lo que me parece más formidable, por más que lo sé bien por haber observado a deportistas de este nivel, es la capacidad de la maquinaria humana por desplegar el famoso “100%” del rendimiento. Esto, que en la teoría del entrenamiento nos remite al concepto de “Umbral de Movilización”, ratifica el leitmotiv de que solo las personas que se exponen sistemáticamente a rozar el límite de su capacidad pueden expresar verdaderamente el máximo esfuerzo. Sabemos que el entrenamiento no solo te da una mejora por el hecho de generar un montón de adaptaciones físicas, sino que te permite acercarte a tus límites reales, y que cuando no tienes experiencia agonística repetida, hay varios motivos tanto físicos como psicológicos por los que no vas a llegar a dar el 100%.

En este evento, por ejemplo, para el espectador de a pie pareciera que Mario Mola “no se esforzó suficiente”, “¿Cómo les deja escapar desde el principio?”, o incluso alguno todavía más ignorante diría que “Otra la vez la caga, como en los JJOO…” Claro eso es fácil de decir bajo la creencia subliminal de que estos deportistas no compiten al límite. Quizá la apariencia de que “corren bien”, “corren bonito”, o que “no ponen malas caras” le haga pensar al público que no están sufriendo. Pues miren: no es que no sufran, sino que quizá disimulan muy bien… pero van al límite casi todo el tiempo. Es como un sprint que combina tres disciplinas durante casi dos horas, con golpes, peligro, y dolor hasta las pestañas.

Recuerdo hace años una prueba de esfuerzo a un corredor de muy alto nivel al que tuve el honor de entrenar por un tiempo. Corría técnicamente como los ángeles, y a más de 23km/h saltó del tapiz rodante agarrándose con fuerza a los asideros, antes de que pudiéramos “negociar” un estadío más del protocolo. Siquiera antes de retirarle la mascarilla, el médico presente en la prueba pronunció un torpe “oye pero si ni siquiera estabas cansado”… Retirándole inmediatamente la máscara, puede ver su tez cianótica (lo que describen los libros de fisiología cuando hablan de que hay personas que se empiezan a poner de color azul cuando llegan a fatiga extrema), y en medio de una agitación respiratoria extenuada recuerdo su mirada asesina hacia aquél médico… El tipo instantes antes corría con técnica depurada, pero en realidad se estaba muriendo del esfuerzo.

El caso es que sin duda alguna el deporte de resistencia del Alto Rendimiento exige que sufras al extremo aún y cuando debes mantener una técnica correcta, y hasta debes impresionar a los rivales con tu solidez. Pero de que sufren, sufren al extremo.

Y aquí llegamos a la reflexión final: qué tan al límite puedes llevar a tu organismo, y que esto suponga un riesgo vital. Quizá no todos vieran este evento, pero todos los lectores conocen el mito griego que origina la prueba atlética del maratón: La tragedia de Filípides, el soldado/emisario que corre unos aproximadamente 40 kilómetros y colapsa tras anunciar la victoria en la guerra. Parafraseando el título de un libro sobre maratón, diremos que “Filípides Existe”. Usémoslo al respecto de que el riesgo de morir en carrera esta ahí, y que está documentado en numerosos casos. Los que estudian esto nos enumeran toda una serie de elementos comunes. Por ejemplo, suele ocurrir llegando a meta, a menudo tras cruzar la línea. Una interesante revisión de 2013 y liderada por el profesor Carl Foster nos habla de ello, describiendo incluso qué gestos y posiciones adoptan estos atletas cuando van a colapsar, y nos da recomendaciones muy claras (St Clair Gibson et al 2013, en Sports Medicine). En general, y descritas en otros trabajos, hay dos recomendaciones claves. La primera es que si termina muy agotado un esfuerzo y no puede seguir caminando, acuéstese con las piernas y la cadera más alta que el piso. La segunda es que se haga una Prueba de Esfuerzo de tipo deportivo una vez al año (St Clair Gibson et al 2013, Noakes 2012, Sallis 2004).

Habitualmente lo que ocurre es que desoímos las señales que los diferentes sistemas envían a una central que se ha denominado “Gobernador Central”. Esta teórica región del cerebro supondría una especie de “caja negra” donde llega información y se emiten eferencias (órdenes) al respecto. Por ejemplo, ante una temperatura corporal excesiva nos puede dar sed, sudar muchísimo, luego dejar de sudar, que nos den calambres, dificultad de pensamiento, irascibilidad, o hasta pérdida de conciencia. Ante un esfuerzo límite, si la persona tiene suficiente entrenamiento para que su obstinación se imponga, si logra llevar a ese extremo las técnicas de pensamiento disociativo, si el deseo o la necesidad son tan grandes, podría llevar a su cuerpo tan al límite que podría “desfallecer”, “desvanecerse”, o como quieran denominarlo. Si llegando a meta te detienes de golpe, te inclinas hacia delante, te pones en posición de cuadrupedia o te tiras al suelo boca-abajo… tienes muchas posibilidades de colapsar (paro cardiaco). El motivo habitual es que la tensión arterial desciende súbitamente porque los músculos dejan de estimular el retorno venoso, se reduce el flujo sanguíneo al cerebro, y el riesgo de paro cardiaco es enorme.

La combinación de altas temperaturas y humedad favorecen la aparición de síndromes asociados al golpe de calor. Todos recordarán a la maratoniana suiza Gabriela Andersen-Schiess en los JJOO de Los Ángeles 1984, llegando a meta con medio cuerpo paralizado, con manifiesto golpe de calor, y en similar situación otros recordarán a Paula Newby-Fraser en el Ironman de Hawaï de 1995. En el maratón de Chicago de 2011, un hombre que corría su primer maratón, y que parece que se sobre-impuso el ritmo de su hermano, de mayor nivel, sufrió un golpe de calor en el km 41 y murió poco después.

Jonathan Brownlee pudo sufrir varios de estos síntomas durante los metros finales, particularmente el desvanecimiento. Todo apunta al golpe de calor. Lo siguiente hubiera podido ser el estado de coma. Antes de que esto ocurriera, me llamó la atención que se tiraban agua por encima pero no se la tomaban, aunque quizá esto sea una observación anecdótica y fuera de lugar, pues lógicamente estos deportistas saben bien de las necesidades de hidratarse. Al caer bocabajo en el suelo, y quedarse ahí tirado, y por lo anteriormente descrito, podría haberse producido el paro cardiaco. Evidentemente por todo ello el cuerpo médico del evento estuvo bien atento y de hecho el triatleta ni siquiera acudió a la ceremonia de premiación.

He conocido otras historias en corredores a quienes les ocurre también a pocos metros de meta, y los signos son los mismos: no recuerdan qué paso, pero sus piernas seguían moviéndose de manera automática aunque estuvieran corriendo en el sitio, sin avanzar, como una marioneta que levanta brazos y piernas, con el tronco echado hacia atrás. Es una “desconexión” terrible. Una posible sobreimposición de ese gobierno central que te “apaga el interruptor o switch” ante la desobediencia a sus peticiones.

En definitiva, modernamente se cree que la fatiga en estos deportes es una combinación de elementos puntuales (temperatura excesiva, lactato, daño muscular…), que sin embargo interaccionan con ese comando central y a menudo de manera aislada no logran aplicar una catástrofe de suficiente magnitud como para provocar algo tan fulminante.

El golpe de calor, en particular, se debe prevenir con la aclimatación y estrategias antes y durante la competición que ya pueden intuir, y que sabemos que estos deportistas han previsto pues compiten y entrenan en diferentes momentos del año en estas condiciones. Bien es cierto que esta prueba era ya la última de una temporada donde solo quienes fueron selectivos en su calendario pudieron llegar más o menos bien a todo. Y quizá Jonathan, con su doble plata, haya seguido el más consistente del año aunque no haya ganado ni Juegos ni Mundial.

En resumen, lo que contemplamos el pasado domingo es una expresión del límite. Como consuelo y para no provocar a los hipocondriacos, recordemos que a los “deportistas mortales” es más difícil que esto nos pudiera ocurrir tan al extremo. El cuerpo nos va avisar de muchas maneras. No sean obstinados. Pero estos tipos están hechos de otra pasta. Nacieron para ser los mejores y deleitarnos con el espectáculo. Y viven para esto porque comen de esto.

Este domingo nadie podía imaginar mejor guión. O quizá sí, como dijo uno de nuestros niños de la escuela de Triatlón con los que vimos la prueba… “fue como el final de la película de Cars”. Sin duda que este triatlón inspirará a niños y mayores a seguir entrenando, y que estas imágenes pasarán a la historia. Sean prudentes también.

AUTOR

Jonathan Esteve Lanao

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