Nueva Evidencia Relacionada con la Salud del Corazón en Deportistas de Resistencia

Después de muchos años debatiendo acerca de los peligros de “ejercitarse demasiado,” investigadores resumen lo que se sabe hoy en día al respecto.

Hace aproximadamente una década emergieron una serie de estudios que enviaban un mensaje contradictorio: realizar cantidades moderadas de ejercicio puede llegar a ser nocivo para el corazón en lugar de beneficioso. Los titulares de los periódicos – “Una zapatilla de running en la tumba” eran casi de regocijo. La evidencia, por otro lado, era débil.

Aún cuando el debate se ha ido desvaneciendo de los titulares, las preguntas no se han descartado por completo. Algo del miedo inicialmente sembrado sobre el peligro que significaba entrenar, por ejemplo, para una maratón, o incluso simplemente correr unas pocas veces a la semana, era evidentemente absurdo. Sin embargo, hay bastantes corredores de ultramaratón así como triatletas Ironman y adictos al ciclismo que acumulan enormes cantidades de entrenamiento y para quienes la evidencia sobre un posible riesgo es más escasa y ambigua.

Lo positivo que resultó de todo este debate es que impulsó la publicación de varios estudios cuyos resultados se han podido ver poco a poco durante los últimos años. Un estudio recientemente publicado en el European Heart Journal, realizado por Gemma Parry-Williams y Sanjay Sharma de la St. George’s University of London, resume la evidencia actual relacionada con “el corazón del atleta de rendimiento que está envejeciendo.” Si bien aún existen muchas preguntas que no tienen respuesta, sí se han podido evidenciar avances desde que escribí mi último análisis exhaustivo sobre el tema en el año 2016.

 

Calcio en las Arterias

La evidencia más sólida acerca de los potenciales cambios negativos en el corazón asociados con un entrenamiento de resistencia prolongado está relacionada con los niveles de calcio en la arteria coronaria (CAC).  La acumulación gradual de placas de calcio causa un estrechamiento y endurecimiento de las arterias coronarias que son las encargadas de suministrar sangre a los músculos del corazón. Estas placas pueden también romperse, bloqueando la arteria por completo y causando un ataque al corazón. Los niveles de CAC miden cuánto calcio se ha acumulado en tus arterias así que cualquier cosa que eleve estos niveles parecerá ser una mala idea.

Lo que es una novedad es la manera como interpretamos dichos niveles en corredores. Cuando el grupo de Sharma estudió a 152 atletas de resistencia con una edad promedio de 54 años, el 11% tenía niveles de CAC de más de 300 (que se considera como muy alto) lo que no se pudo encontrar en ninguna de las 92 personas que hacían parte del grupo de control de la misma edad. Esto es preocupante y otros estudios han arrojado conclusiones similares. Sin embargo, no todas las placas son iguales. Algunas son lisas, duras y calcificadas y se considera que son estables, con una baja probabilidad de que se rompan. Otras son una mezcla más blanda de colesterol, grasas, calcio y otras sustancias lo que hace que las placas sean más peligrosas y tengan una mayor probabilidad de romperse. Resultó que los atletas tenían un 72 por ciento de placas calcificadas mientras que el grupo de control tenía tan solo un 31 por ciento.

No es muy claro el por qué el ejercicio parece producir más placas en una pequeña minoría de atletas de rendimiento ni por qué esas placas parecen ser más estables. Existen varias teorías que giran en torno al estrés mecánico en las arterias, la presión alta durante el ejercicio, la inflamación, los niveles hormonales, entre otros. Sin embargo, una investigación reciente ha arrojado un paralelo interesante: las estatinas, un tipo de medicamento muy común prescrito a personas con altos niveles de colesterol, también parecen incrementar los niveles de calcio arterial y producir placas más densas y estables, lo cual puede ser la razón por la cual son tan efectivas a la hora de reducir el riesgo de padecer un ataque al corazón. Esto no significa necesariamente que no deberíamos/debamos preocuparnos por las arterias calcificadas, pero sí sugiere que los niveles de CAC (que no se diferencian entre placas de calcio estables o inestables) no tienen el mismo significado en atletas de rendimiento que en personas que no son atletas.

 

Fibrilación Auricular

 Otro problema que parece ser muy común en atletas de rendimiento es la fibrilación auricular (a-fib), un latido cardíaco irregular que se origina en las aurículas, las dos cavidades superiores de tu corazón, que va y viene. Esta es una afectación relativamente común que afecta a 2.7 millones de estadounidenses y mucho menos seria que otras arritmias como la fibrilación ventricular. Sin embargo, está vinculada con un riesgo elevado a sufrir de derrames, insuficiencias cardíacas y otros problemas relacionados – al menos en las personas que no son atletas.

Se estima que los atletas de resistencia de mediana edad son cinco veces más propensos que los no-atletas a desarrollar fibrilación auricular. La evidencia no es perfecta: una teoría alternativa sugiere que sencillamente es más probable que los atletas se den cuenta de que tienen palpitaciones y que por ello sean diagnosticados con mayor frecuencia. Además, los atletas son menos propensos a sufrir de otros factores de riesgo tales como una alta presión arterial que, combinada con una a-fib, puede elevar el riesgo de sufrir consecuencias serias como un derrame.

La pregunta más interesante es por qué los atletas habrían de ser más susceptibles a sufrir de fibrilación auricular. De nuevo, se han propuesto un montón de mecanismos diversos que incluyen cambios en el pulso eléctrico del latido cardiaco, así como el alargamiento, inflamación o formación de cicatrices en los músculos del corazón. También existen otras posibilidades benignas. Una de ellas es que los corazones grandes (un resultado común del entrenamiento de resistencia) tienen aurículas más grandes y por lo tanto hay un mayor tejido donde cualquier mínima irregularidad podría desencadenar un episodio de a-fib. Para respaldar esa idea: las personas más altas tienen una mayor probabilidad de sufrir de fibrilación auricular y los animales más grandes como los elefantes y los caballos presentan con más frecuencia a-fib comparado con animales más pequeños.

 

Cicatrices en el Corazón

La idea de que una práctica prologanda de entrenamiento de resistencia cause fibrosis, o formación de cicatrices en el corazón, es probablemente la posibilidad más preocupante. La evidencia aquí es bastante intricada como se ha dicho en el estudio. Cuando enciendes el escaner de IRM (imagen por resonancia magnética) existe la posibilidad de que encuentres varios tipos de cicatrices en el corazón.

Uno de estos tipos está enfocado en varias cicatrices localizadas en los “puntos de bisagra” donde dos cámaras del corazón se conectan. Algunas estimaciones sugieren que el 40% de los atletas master hombres y un 30% de las atletas master mujeres tienen este tipo de cicatrices. Se piensa que este es el resultado de haber pasado muchos años bombeando grandes volúmenes de sangre a una alta presión, sin embargo, los estudios existentes no han encontrado ninguna evidencia de que esto conlleve a sufrir de problemas de salud.

 También será posible encontrar parches más difusos de cicatrices en el músculo cardíaco los cuales pueden ser el resultado de una falta temporal de oxígeno o de las secuelas de un episodio leve de miocarditis, una inflamación del músculo cardíaco. No es completamente claro si los atletas de rendimiento tienen una mayor cantidad de este tipo de cicatrices o no, en parte porque es difícil determinar cuál es el grupo de control con el que se deberían comparar. Las personas sedentarias tienden a presentar una gran cantidad de factores de riesgo cardíaco como colesterol y presión arterial altos, lo cual desviaría la comparación hacia una dirección. Por otro lado, si se eligiera solamente a personas sedentarias que no presentaran ninguno de estos factores de riesgo, entonces se tendría a un grupo anormalmente saludable el cual inclinaría la comparación hacia la otra dirección.

En el grupo de Sharma de 152 atletas master, el 11 por ciento presentó parches difusos de cicatrices. Entre ellos, dos tercios presentaron un patrón consistente con una miocarditis, lo cual muy posiblemente no tendría nada que ver con la práctica deportiva. El otro tercio restante presentaba un patrón consecuente con una falta temporal de oxígeno – o, en otras palabras, un mini infarto subclínico. No obstante, solo la mitad de ellos tenían signos de bloqueo de la arteria coronaria correspondiente y, en cada uno de los casos, el bloqueo era menor al 50 por ciento, lo cual hacía muy improbable que se hubiese producido un mini ataque al corazón. Es importante resaltar que, en este punto, estamos hablando de 3 de los 152 atletas.

El grupo de control de Sharma estaba conformado por personas sedentarias, no atletas, con un buen estado de salud, y con los mismos factores de riesgo cardíaco que los atletas. Un estudio similar publicado el año pasado por investigadores de la Universidad de Toronto comparó, en cambio, a atletas de resistencia que entrenaban en promedio 7.6 horas a la semana con un grupo de control activo que cumplía con las directrices de salud pública y entrenaba hasta tres horas a la semana. En este caso, ambos grupos presentaron patrones equivalentes de cicatrices, sugiriendo que simplemente se trata del desgaste que se acumula con la edad y la actividad física.

 

Muerte

 A medida que escribo esto, no puedo evitar sentir una pequeña sensación de motivación causada por el razonamiento: “Claro, hay mas calcio en mis arterias – pero eso es bueno, ¡no malo!. Y la fibrilación atrial solo es una pequeña molestia en atletas sanos. ¡Y todos tenemos cicatrices!. ¡Es normal!, ¡en serio!”. Ese es el problema con las medidas indirectas o representativas: dejan espacio para negociar y no nos dicen lo que realmente queremos saber al final del día que, en este caso es, saber si realizar una práctica prolongada ejercicio de resistencia acortará o alargará nuestras vidas.

Los únicos datos que tenemos hasta ahora son por observación: preguntarle a un grupo grande de personas cuánto ejercicio realiza y después esperar a ver cuánto tiempo les toma morir. Pero este tipo de datos son profundamente defectuosos porque pueden existir muchas diferencias entre personas que corren 100 millas por semana y personas que corren cero millas por semana. Tal vez los corredores viven más porque cocinan muchas recetas saludables que sacan de revistas de running y no porque corren mucho.

En el artículo de 2016 profundicé mucho sobre este problema y no quiero repetir todo de nuevo aquí, pero sí quisiera dejar un ejemplo clave. El estudio epidemiológico más grande que afirmaba haber encontrado efectos negativos como resultado de correr largas distancias (en este caso, más de 20 millas a la semana) había analizado a 55.000 pacientes de la Clínica Cooper de Dallas. Este hallazgo salió en titulares alrededor del mundo y pasó a ser citado como evidencia de los peligros que representa el realizar mucho ejercicio de resistencia.

Lo que llamó mucho menos la atención fue otro análisis realizado al mismo grupo de pacientes de la Clínica Cooper, hecho por los mismos investigadores, en 2018. Esta vez, lo que hicieron fue buscar vínculos entre el entrenamiento de fuerza y la longevidad – y lo que encontraron fue básicamente el mismo patrón. Realizar entrenamiento de fuerza hasta dos veces por semana produjo una reducción moderada en el riesgo de muerte (ya fuese por fallas cardíacas o cualquier otra causa) durante el periodo de seguimiento del estudio. Realizar este mismo entrenamiento tres veces por semana borró casi todo el beneficio y hacerlo cuatro o más veces a la semana fue peor que no haber entrenado en absoluto.

A continuación se presentan los datos de ese estudio, los cuales muestran un riesgo relativo de muerte como función del número de días que se realizó entrenamiento de fuerza a la semana:

Tal como lo escribí cuando salió el estudio, no creo que realizar un entrenamiento de fuerza cuatro veces a la semana sea realmente peligroso. Sospecho que este patrón es un artificio falso de los ajustes estadísticos que tuvieron que realizar para poder comparar atletas fuertes y sanos (generalmente con un menor peso, menor presión arterial, colesterol y demás) con personas que no hacen ejercicio. Esta también es la explicación que me dio el autor principal cuando le pregunté. Nadie sacó un comunicado de prensa sugiriendo que levantar pesas podría matarte. Los periódicos y los blogs alrededor del mundo no amplificaron el mensaje. Y, sin embargo, eso es exactamente análogo con lo que encontraron sobre el running.

Existe otro punto que también es importante resaltar: si se omiten los estudios fallidos donde se trata de estimar de forma aproximada cuánto se ejercitan las personas basado en un breve cuestionario, y en lugar de ello las suben a una caminadora y miden su VO2 máx. para obtener una valoración inequívoca sobre su estado físico, el resultado es claro. A medida que se tenga un mejor estado físico, la expectativa de vida será más alta, y no existe evidencia alguna que demuestre que el patrón se revierte a medida que el rendimiento sea mayor. Es cierto que a medida que aumenta el estado físico el retorno es cada vez menor, sin embargo siempre es mejor ser un poco más “fit” en lugar de serlo un poco menos.

Queda aún mucho por aprender acerca de lo que ocurre exactamente con el calcio en las arterias, las arritmias y las cicatrices cardíacas. Pero en términos del resultado que realmente importa – la muerte – los datos presentados en el nuevo estudio me hacen pensar que la lista de posibles resultados es cada vez más y más corta. Es muy improbable que el día de mañana descubramos que correr ultramaratones disminuirá tu expectativa de vida en diez años (o, para ser justos, que añadirá diez años) comparado con cumplir sencillamente los lineamientos sugeridos de práctica deportiva. Cualquier efecto, si es que logramos siquiera separarlo del ruido, será probablemente marginal. Esto me reconforta.

Los promedios generales, por supuesto, no cuentan toda la historia. Tal vez correr un gran número de ultramaratores pueda añadir algunos meses de expectativa de vida al 99 por ciento de nosotros, pero tal vez la acorte en una década a una fracción desafortunada de un uno por ciento que tenga algún problema subyacente o alguna predisposición genética. Es por ello que esta investigación continúa siendo importante, con la esperanza de que podamos eventualmente identificar cuáles son esas señales de alerta. Entretanto, si te gusta el juego de probabilidades, te sugiero continuar corriendo, nadando y rodando en bicicleta hasta que te sientas satisfecho.

 

Autor

Alex Hutchinson

Traducción

Juliana Bermeo

Referencia Original

There’s New Evidence on Heart Health in Endurance Athletes

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